En una entrada anterior, nos hicimos eco de un curioso fenómeno: miles de jóvenes rumanos e israelíes habían aprendido español en los últimos años gracias a la importación de telenovelas latinoamericanas. Y nos planteábamos si nosotros aprenderíamos, por ejemplo, inglés si no doblaran las series y películas norteamericanas en la televisión o el cine. Pero lo cierto es que el doblaje está fuertemente enraizado en nuestra cultura audiovisual.
El doblaje obligatorio fue implantado por Mussolini en 1930 “por razonas patrióticas” y años más tarde Hitler y Franco copiaron la idea. Desde entonces, el público se ha habituado a esta práctica y no se ha podido erradicar. Sin embargo, en la mayoría de los países europeos no doblan, subtitulan. De hecho, el doblaje resulta chocante cuando entran en contacto personajes que utilizan distintos idiomas o cuando un personaje hace alusión a un dialecto, un acento… El doblaje desvirtúa la obra audiovisual. Sería interesante acostumbrar el oído a otras lenguas, a su riqueza y musicalidad, y comparar lo que oímos con los que leemos en la pantalla.
viernes, 1 de octubre de 2010
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