Martes, seis y media de la tarde. Fin de la jornada de trabajo. De repente, suena el móvil. Pues no, no se ha terminado. Se requiere un intérprete de francés para uno de los hospitales de la ciudad, y, claro, hay que ir de inmediato. Cansancio, tráfico infernal, ni un solo hueco para aparcar... Se examina al paciente, se estudian sus síntomas, se realiza un diagnóstico y se receta la medicación, algo que habría sido imposible sin la comunicación que la intérprete ha podido entablar con tacto y profesionalidad entre la médico y el nervioso paciente.
Entonces, llegan las gracias por haber acudido tan rápido y por el buen trabajo realizado, hasta que la intérprete pide el justificante del servicio realizado. La doctora, sorprendida, pregunta para qué lo quiere, y la intérprete responde que para emitir la factura. La misma médico que pocos días antes había autorizado, sin reparo, el pago de unos buenos euros por cambiar el sentido de la puerta de un mueble, exclama: “¡Ah!, pero ¿esto se paga?”.